La figura del padre de Eva, sobrevuela su vida y su conciencia sin exigir nada. Ambos fueron siempre excelentes cómplices pero Eva, absorta en su trabajo y en sus amores, no estará siempre a la altura de las circunstancias.
Tras su viudedad, se ha quedado sordo pero nada de ello afectará a su capacidad de comprensión, a su gran inteligencia, a su increíble lucidez, ni mucho menos a su adoración por su hija. Ha vivido mucho y sabe perdonar: un sordo que escucha y una mente joven que habita un cuerpo de anciano.
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